Santa Margarita María nació el 25 de julio de 1647, en Janots, Borgoña. Fue la quinta de 7 hijos de un notario acomodado. A los cuatro años Margarita hizo una promesa al Señor. Sintiéndose inspirada rezó: «Oh Dios Mío, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad.» Aunque ella misma confesó más tarde que no entendía lo que significaba las palabras «voto» o «castidad.»

Cuando tenía 8 años, murió su padre. Ingresaron a la niña en la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer momento, se sintió atraída por la vida de las religiosas en quienes la piedad de Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la Primera Comunión a los 9 años, lo cual no se acostumbraba en aquella época. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad reumática que la obligó a guardar cama hasta los 15 años. Por este motivo tuvo que regresar a su casa.

Ya de regreso, Margarita, que estaba muy enferma, y sin tener un remedio seguro, buscó alivio en la Virgen Santísima. Le hizo una promesa de que si Ella le devolvía la salud se haría una de sus hijas. Apenas hizo la promesa, recobró la salud.

Dice Sta. Margarita: «Recibí la salud, y una nueva protección de esta Señora la cual se declaró dueña de mi Corazón, que mirándome como suya, me gobernaba como consagrada a Ella, me reprendía mis faltas y me enseñaba a hacer la voluntad de Dios.»

Además de la salud, esta promesa logró en Margarita un profundo sentido de unión con la Virgen, quién, desde ese momento, empezó a dirigir toda su vida. Pero no sin dificultades. «Apenas comencé a gozar de plena salud», recordará más tarde Margarita, » me fui tras la vanidad y afecto de las criaturas, halagándome que la condescendiente ternura que por mi sentían mi madre y mis hermanos me dejara en libertad para algunas ligeras diversiones y para consagrar a ellas todo el tiempo que deseara…».

La Virgen la reprende severamente cuando la veía dispuesta a sucumbir en la terrible lucha que sostenía en su interior. Estando en una ocasión rezando el rosario sentada, se le presentó la Virgen ante ella y le dijo «Hija mía, me admiro de que me sirvas con tanta negligencia.» Y causaron tal impresión estas palabras en la vida de Margarita, que le sirvieron de aviso para toda su vida.

Pero la Virgen es también ternura y consuelo. Un día le dijo a Margarita: «Nada temas; tú serás mi verdadera hija, y yo seré siempre tu buena Madre.

Santa Margarita María hizo voto a la Virgen de ayunar todos los sábados y de rezar el oficio de su Inmaculada Concepción. Viendo su deseo de radical entrega, La Stma. Virgen le ayuda a alcanzar su meta.

Las cosas en la casa de Margarita no iban muy bien. Desde la muerte de su padre, se había instalado en su casa dos parientes y una de las hermanas de su papá, quienes habían relegado a segundo término a la mamá de Margarita y habían tomado en sus manos el gobierno de la casa.

Y así no tenían autoridad alguna, ni Margarita ni su mamá en la casa. Era una guerra continua ya que todo estaba bajo llave, de tal modo, que ellas no podían hacer nada sin el permiso de sus parientes.

Margarita entonces empezó a dirigir todos sus afectos, su dicha y su consolación en el Santísimo Sacramento del altar. Pero ni siquiera esto le fue posible libremente, ya que la Iglesia de su pueblo quedaba a gran distancia y Margarita no podía salir de la casa sin el permiso de sus familiares. En repetidas ocasiones un familiar le daba permiso y otro se lo negaba.

Pero si Margarita sufría por su situación, era más todavía el sufrimiento que le causaba al ver la condición de su madre. Ella, enferma con una erisipela en su cabeza que le producía una hinchazón e inflamación muy peligrosas, se veía continuamente cerca de la muerte.

Y por cuanto más rogaba Margarita a sus parientes para que ayudasen a su mamá, ellos, sin mucho interés, buscaron tan solo un cirujano que la vio una sola vez. Este después de hacerla sangrar por un rato, les dijo a todos que solo un milagro podría salvar a la mamá de Margarita. Viendo el descuido hacia su madre en medio de su estado crítico, Margarita, en su angustia, acudió al mismo Señor.

Y en oración le pidió que El mismo fuese el remedio para su pobre madre y que le enseñase a ella, qué tenía que hacer.

Pronto se haría imperiosa la necesidad de esa fortaleza especial que pedía. En cuanto regresó a la casa, encontró que estaba reventada la mejilla de su mamá con una llaga casi tan ancha como la palma de una mano, y de ella salía un hedor insoportable.

Venciendo su natural repugnancia a las heridas, Margarita curaba todos los días la llaga de su mamá, teniendo varias veces que cortar mucha de su carne podrida. Durante todo el tiempo de la enfermedad, Margarita apenas dormía y comía muy escasamente.

Pero no dejaba de dirigirse al Señor y le decía con frecuencia, «Mi Soberano Maestro, si Vos no lo quisieras, no sucedería esto, pero os doy gracias de haberlo permitido para hacerme semejante a Vos.»

Y así iba creciendo en Margarita un gran amor a la oración y al Santísimo Sacramento. Ella se lamentaba, pues sentía que no sabía cómo orar, y fue el mismo Señor quien le enseñaba.

El la movía a arrodillarse ante El y pedirle perdón por todas sus ofensas y después de adorarlo, era el mismo Señor quien se le presentaba en El misterio que Él quería que ella meditase. Y consumido en El, crecía en ella el deseo de solo amarlo cada vez más.

Cuando su madre y sus parientes empezaron a hablarle de matrimonio, la joven Margarita no podía sino sentir temor, pues no quería en nada ir en contra de aquel voto de entrega exclusiva a Dios que una vez había pronunciado. Pero era grande la presión ya que no le faltaban pretendientes que querían empujarle a perder su castidad.

Por otro lado, su madre le insistía. Llorando ella le decía a Margarita que no tenía más esperanzas para salir de la miseria en que se hallaban más que en el matrimonio de Margarita, teniendo el consuelo de poder retirarse con ella tan pronto como estuviera colocada en el mundo. Todo esto fue muy duro para Margarita, quien sufría horriblemente.

El demonio la tentaba continuamente, diciéndole que si ella se hacía religiosa, esta pena mataría a su mamá. Mas por otra parte la llamada de Margarita a ser religiosa y el horror a la impureza no cesaban de influenciarle y tenía, por gracia de Dios, continuamente delante de sus ojos, su voto, al que sentía que si llegase a faltar, sería castigada con horribles tormentos.

Pero, la ternura hacia su madre comenzó a sobreponerse con la idea de que, siendo aún niña cuando hizo el voto, y no comprendiendo lo que era, bien podría obtener dispensas. Comenzó pues Margarita a mirar al mundo y a arreglarse para ser del agrado de los que la buscaban.

Procuraba divertirse lo más que podía. Pero durante todo el tiempo en que estaba en estos juegos y pasatiempos, continuamente el Señor la llamaba a su Corazón. Cuando por fin ella se apartaba un poco para recogerse, el Señor le hacía severas reprensiones ante las cuales sufría horriblemente. Dice Sta. Margarita: «Me lanzaba Jesús flechas tan ardientes, que traspasaban mi corazón y lo consumían dejándome como transida de dolor. Pasando esto, volvía a mis resistencias y vanidades».

En una ocasión Jesús le dijo: «Te he elegido por esposa y nos prometimos fidelidad cuando hiciste el voto de castidad. Soy yo quien te motivo a hacerlo, antes de que el mundo tuviera parte en tu corazón… Y después te confié al cuidado de mi Santa Madre, para que te formase según mis designios.

Finalmente el Divino Maestro se le aparece todo desfigurado, cual estaba en Su flagelación y le dice: «¿Y bien querrás gozar de este placer?- Yo no gocé jamás de ninguno, y me entregué a todo género de amarguras por tu amor y por ganar tu corazón- Querrás ahora disputármelo?».

Comprendió ella que era su vanidad la que había reducido al Señor a tal estado. Que estaba ella perdiendo un tiempo tan precioso, del cual se le perdería una cuenta rigurosa a la hora de su muerte.

Y con esta gracia extraordinaria, revivió en ella el deseo de la vida religiosa con tal ardor, que resolvió abrazarla a costa de cualquier sacrificio, aunque pasarían cinco años antes de poder realizarlo.