En abril del año 2011, tras la ceremonia de beatificación del papa San Juan Pablo II, se decidió sacar de las grutas vaticanas el cuerpo de quien fuera papa desde 1979 hasta el año 2005.

El cuerpo de San Juan Pablo II fue colocado en la basílica de San Pedro, donde hasta hacía unos días se encontraba el cuerpo de quien es considerado por algunos como el Papa más grande del siglo XVII, el Beato Inocencio XI (1611-1689), quien presidió la sede de Pedro desde el año de 1676 al 1689.

Tras estos acontecimientos, me preguntaba quién era Inocencio XI y también quién fue Juan Pablo II; por qué quitar del altar a un pontífice beato para colocar a otro, pues como pasa en la sociedad, también en la Iglesia hay Santos populares y de moda que atraen más gente que otros, y éste quizá sea el caso del Beato Inocencio XI.

Su nombre de pila fue Benito Odescalchi, hijo de Livino Odescalchi y de Paola Castelli; y nació en el norte de Italia, en Como. Su familia se dedicaba al comercio y por tanto era rica, debido a este oficio en el que les iba bastante bien. Su padre moriría pronto y junto con tíos y su hermano, fundaron una banca en Génova, que tenía además varias sucursales.

Sus primeras letras las realizó en Como con los jesuitas, estudió derecho civil y derecho canónico, así que, como familiar de banqueros, también fue inculcado en los conocimientos de este oficio. Estudió en la universidad de La Sapienza de Roma y en la Universidad de Nápoles.

No se tienen datos sobre su vocación y su ordenación sacerdotal, pero ya en 1640 el papa Urbano VIII lo nombró protonotario apostólico “participantium” y, poco tiempo después, referendario de los tribunales de la Signatura Apostólica de Gracia y de Justicia.

Fue un hombre generoso con los pobres, ya que tras ser nombrado en 1658 legado en la ciudad y territorio de Ferrara, ayudó a la población azotada por una severa hambruna. En 1645 el Papa Inocencio X lo nombró cardenal diácono de San Cosme y Damián y, de 1650 a 1656 ocupó, además, el cargo de obispo de Novara, tras ser consagrado obispo en 1650. En su nueva diócesis utilizó todo los recursos disponibles para ayudar a los pobres y a los enfermos.

Tras su renuncia a la diócesis, partió para Roma, donde fue consultor en diversas Congregaciones. Participó en los cónclaves donde fueron elegidos los papas Clemente IX y Clemente X; finalmente, el 21 de septiembre de 1676, fue elegido obispo de Roma, tomando el nombre de Inocencio XI.

Como pontífice tuvo problemáticas con cardenales franceses, así como el rey de Francia, como también los había tenido en su momento el papa Inocencio X. El papa Inocencio fue un hombre asceta, bondadoso y generoso con los pobres, luchó fuertemente contra el nepotismo del clero, cosa que no acabó por la falta de apoyo de los cardenales; fue, por fin, en el pontificado de Inocencio XII en 1692 cuando desapareció esta práctica.

Recordemos que el nepotismo en la Iglesia durante la Edad Media fue usado con frecuencia para mantener oficios, terrenos, títulos y nombramientos, con la finalidad de mantener una línea de poder por parte de clérigos y pontífices. Además de esto, reformó la administración de la Curia y ordenó las finanzas del Estado Pontificio.

Sobre la comunión frecuente y diaria, aprobada siempre por los Padres de la Iglesia y que en la práctica de la vida de la Iglesia no se llevaba, llegó a decir que los fieles asistentes a cada misa, comulgaran, recibiendo sacramentalmente la Eucaristía.

Tenía una justa razón para alentar esta práctica, afirmando que la Eucaristía era el pan o alimento que podría escudriñar todas aquellas distracciones espirituales y múltiples escondrijos de la conciencia que con el ojo humano no sería posible ver, por tanto la Eucaristía era vital.

Para poderla recibir frecuentemente, era necesario que el confesor lo aprobase, ya que él era quien escudriñaba los corazones de los penitentes. Se preocupó por la preparación de los laicos para que conocieran y recibieran este Sacramento “de manera que con ayuda de los predicadores, párrocos y confesores ayudasen a los laicos a reconocer su propia flaqueza, a fin de que por la dignidad del Sacramento y por temor del juicio divino aprendan a reverenciar la mesa celeste en que está Cristo, y si alguna vez se sienten menos preparados, sepan abstenerse de ella y disponerse para mayor preparación”.

Como he mencionado antes, tuvo problemas con el rey Luis XIV de Francia, ya que éste no respetaba los derechos de la Iglesia. En 1682 el rey convocó en asamblea al clero francés, donde adoptó los cuatro artículos conocidos como “Declaratio cleri gallicani”, en la cual colocaba a la Iglesia como una institución sumisa al Estado.

Los clérigos participantes en esta asamblea fueron excomulgados por el Papa, pero para apaciguar la relación, el rey revocó el edicto de Nantes que había firmado el rey Enrique IV de Francia en 1598, donde autorizaba la libertad de culto y de todos los demás, con algunos límites, a los protestantes calvinistas en Francia.

Consiguió un gran éxito cuando, en la guerra contra los turcos, consiguió establecer una alianza entre el emperador austriaco y el rey polaco Jan III Sobieski, gracias a la cual pudo llegar el 12 de septiembre de 1683 la victoria contra los turcos y la liberación de Viena. Luego del triunfo de la batalla de Viena, la Liga Santa llevó a cabo la toma de Hungría, en la que las ciudades de Buda y de Pest serían reconquistadas en 1686.

El Papa Inocencio XI escribió, además de hablar sobre la Eucaristía, también sobre materia de moral y de sistemas morales, así como del error sobre el sigilo de la confesión, para lo cual dijo: “Es lícito usar de la ciencia adquirida por la confesión, con tal que se haga sin revelación directa ni indirecta y sin gravamen del penitente, a no ser que se siga del no uso otro mucho más grave, en cuya comparación pueda con razón despreciarse el primero”, añadida luego la explicación o limitación de que ha de entenderse del uso de la ciencia adquirida por la confesión con gravamen del penitente excluida cualquier revelación; y en el caso en que del no uso se siguiera un gravamen mucho mayor del mismo penitente, se ha estatuido que “dicha proposición, en cuanto admite el uso de dicha ciencia con gravamen del penitente, debe ser totalmente prohibida, aun con la dicha explicación o limitación”.

Tras una larga enfermedad murió el 12 de agosto de 1689 en el palacio del Quirinal, llorado por todo el pueblo romano y fue sepultado en San Pedro. Su proceso de beatificación se vio frenado por la intromisión de Francia durante dos siglos y medio; ya que el proceso comenzó en 1714.

Parece ser que el gobierno francés no olvidaba las disputas del rey con el pontífice y por tanto fue suspendido en 1744. Finalmente en el siglo XX se reabrió el proceso y el Venerable Pío XII lo beatificó el 7 de octubre de 1956. Su fiesta tiene lugar el 12 de agosto, que es el aniversario de su muerte.

FUENTE ACIPRENSA